La división de motos de Lifan en Chile nos propone un verdadero curso de iniciación deportiva con su muy compacta, urbana, despierta y hermosa Lifan KPR 200, en cuyos pincelazos de creación vemos un fuerte guiño al mundo deportivo de las dos ruedas.

Este modelo, pese a la juventud del mayor fabricante privado de China, ya tiene antecedentes y evoluciones, puesto que el ejemplar que probamos por casi 10 días deriva de la KPR 150. ¿Y qué hay con eso? No poco, mire: en el año 2014 fue considerada por el organismo motociclístico de la Asociación de Industria Automotriz de China como el mejor de su segmento.

Así, esta apuesta de la firma asiática asoma muy bien pensada, ya que se encarama por encima del aserto que relaciona moverse económicamente por la ciudad en una moto y hacerlo sin grandes pretensiones de placer ni de diseño: solo que tenga un precio módico, rinda mucho y no tenga fondo ni alma como para llamar la atención de nadie…

La Lifan KPR 200 conserva lo mejor de ese “moverse convenientemente” por la ciudad, pero le suma una coquetería descarada que termina por gustar y, como funciona, atraer las miradas. Y vaya que las captura.

Foco delantero deportivo, carenado tricolor con siglas en rojo, blanco, números negros, protección aerodinámica, manillares, llantas pintadas de amarillo y un estanque color perla mate que al tacto sugiere esmero y calidad, dan forma final a una moto que cualquier adolescente de antaño perfectamente podría haber pegado como póster en su habitación.

Pero tampoco nos embriaguemos del todo con sus formas angulosas y aliños de la escuela racing. Lo digo porque las estriberas, al no estar retrasadas, van en una posición muy normal y que apuntan a la comodidad, pese a la deportividad que sugiere la postal de la moto en general. Pero acá se da un mix divertido, porque uno va sentado como se suele ir en una máquina muy urbana, pero que a la vez deja recostarse hacia adelante y configurar una posición de manejo algo más al ataque, cuestión en la que el manillar hace de perfecto cómplice, ya que está inclinado hacia su eje central.

Luego, ya resueltos a la experiencia de conducirla, tendremos una fórmula muy eficaz para los propósitos citadinos: liviana, posee un motor refrigerado por agua con transmisión de seis velocidades, inyección electrónica y una respuesta alegre. A quienes busquen aquellas cosquillas iniciales de lo deportivo, les cuento que la transmisión mecánica me ofrece tres marchas iniciales algo cortas, pero que después, ya en cuarta relación, puedo estirar algo más, haciendo que la moto arroje un bullicio interesante por el escape de notoria presencia en su arquitectura. Es interesante lo que sucede allí entre cuarta y quinta marchas, ya que al desacelerar, descubrimos una buena recuperación. Luego, por autopista, podemos confiar en la sexta como engranaje de descanso y mejor consumo para trepar hasta 120 km/h.

El tablero de instrumentos de la Lifan KPR 200 está protagonizado, era que no, por un enorme cuenta revoluciones análogo, medio colorinche para mi gusto, y que enfatiza su sello sport. Este espacio encarga a dos pantallitas digitales la otra información necesaria: nivel de combustible, marcha engranada (¡bien, ahí, Lifan!), velocímetro… A la izquierda, un testigo luminoso en verde nos confirma acerca de la neutra.

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